20060601

Papeles Amarillos

Sobre de la mesa, como si se tratara de un eco rencoroso, todavía en su carpeta ajada dentro de la otra más nueva, el manuscrito (florilegio, antología) reseña el espacio que oculta con márgenes precisos.

Ella esta sentada al lado y ahora, despueés de ojear con interés las líneas personalísimas que pensó olvidadas en el viaje de la vida y sus mudanzas, fuma y piensa.

Hacía bastante tiempo que no fumaba ni leía de ése modo, con esa angustia adolescente por crecer y ser adulta y capaz de comprender el mundo.

En estos años sólo algunas veces; en las demás apenas un vicio escaso y mínimo, y tal vez, leer sólo por profesión, sin ansia.

Fuma en un lado de la escena que ella misma ha creado y es como verse desde fuera sin control, sin prisa, extramuros de su piel madura.

No sabe en qué piensa.
Intenta no evocar casi nada; ni músicas, ni aromas ni daños.

Porque hubo daños, porque siempre hay daños y se atrinchera en la voz perdida que sin embargo le dice tanto porque no es desconocida, sólo atenuada.

Las voces del recuerdo son tenues porque las ocultamos en lo recóndito para seguir viviendo. Siempre hay daños.

Y él, de dónde sale él.
Se pregunta, y tampoco no sabe bien de dónde sale ella misma.

Del tiempo traidor, en quien confiamos la vida entera y al que entregamos la guarda de nuestros secretos, y que finalmente nos emplaza en los destinos una y otra vez, con las tareas pendientes, con el alma recosida, con nuestras miserias aparejadas y sin viento.

El tiempo que una vez fue hermoso vaivén de circunstancias y que siempre trae versos viejos en palabras nuevas.
El tiempo que siempre va pasando y que no se va.
El tiempo, el contínuo germinar de la vida.
El tiempo al que nunca podremos engañar.

Ella fuma y piensa en el tiempo mientras prepera una infusión que luego le sabe amarga, (los sabores tienen, también, su memória) y se le va la mano y ahora empalaga pero no apaga el regusto a tetera de bar, de un bar que ya no existe.

Es marzo y la luz triste que se arrima a la ventana mientras llueve no alivia casi nada porque a lo lejos, sin querer, alguien desconocido está escuchando “Volver a verte”, y ella sabe mucho de las canciones de Aute.

Mientras, pone la taza en la mesa y el universo se hace muy pequeño, casi doméstico.

Intenta un esfuerzo de serenidad y poniéndose a distancia de si misma murmura con fervor milagrero: Haz lo que tú harías si te pasara esto.

Parece que funciona un rato. Sigue el momento y empieza a releer palabras de amor y orgullo por el amor.

Esa crónica vivida de un hombre que la amó como los protagonistas del Noveccento. Y es que nadie más la quiso así ni de ese modo.

Cada cual es como es: Irrepetible, pero de aquel hombre le quedó el sabor de la resina y el mar, y millones de preguntas que no le hizo.

Tal vez tenga una ocasión para preguntar.
Pero qué preguntar a quienes tienen todas las respuestas. Tal vez todos los conocimientos.
Pero no saben hablar de sí mismos.
Ni siquiera se sirven de los mortales para existir.

Estoy divagando se dice y fuma más.
Recuerda una caja, toscamente coloreada, un icono, algo sobre una mujer que expresa su lucha para defender un niño, una vida nueva, una imagen fotocopiada de centroamérica.
(Es un dibujo de Roque Dalton, y ella no lo sabe)
Una caja “iluminata” que contenía retazos de amor escritos y otras cosas.
Aún no recuerda dónde estará.

-Él que renunció a toda violencia por amor y está escrito que sólo por amor volvería a la violencia-
Ilión no parece tan lejana a veces.

No sabe qué más tiene de Él.
Quizá algún libro. Alguno de poesía sin dedicatoria (no se fotografiaba, no escribía dedicatorias, el reloj de muñeca siempre en la derecha). Hay personas que no se pueden resumir. Y hoy se siente muy triste y muy sola.

En su vida no le ha costado ser feliz.
Como tantas cosas que se ha propuesto, tambien es feliz, bueno, “moderadamente feliz”, porque siempre quedan detalles. Sólo hay que proponérselo, se dice.
Lo que pasa es que la estrategia ya es otra cosa.

El la conoció cuando era aún una niña y se pasmó ante aquella implacable y voluntariosa pequeña que llevaba su vida escrita en un papel. Pensó que era un modo triste de vivir pero ya no la quiso recordar más en aquella impresión y años mas tarde se le enamoró también con esa tenue melancolía.

Por eso le escribió tantas cosas bellas, hasta la soberbia.
Pero no pudo cambiar el el guión de su vida, o no supo. No supo. Luego era humano, al fin y al cabo.

Se detiene en una cuadrícula de línea azul y borde aserrado y piensa en el último dia, infeliz, que se hablaron de tú a tú.

Los plátanos de la avenida crujían en la altura. Ella no dijo la verdad y él no dijo lo que de verdad sentía.
Fue una encrucijada, ni buena ni mala ocasión.

Como pedir la cuenta y alojarse en otra vida.
La propia como ajena.
Ella continuó andando en lo vivido y él enloqueció.
Seismil dias sin luna.
Hasta ayer, que llamó, preguntando por su memória.
Solamente. A las puertas de Ilión.

Petrarca diría que los dioses conocen todas las formas divinas de expresar el amor, pero que a los mortales se les es concedido hacerlo como los niños:
Soy yo. Aquí estoy y te quiero.
¿Olvidar qué? Nunca se olvida del todo.

Y le viene el frío; mira sus manos solas, intactas y vacías y mesa su melena mientras se abriga suspirando.
No sabe qué pensar.

Le parece hoy más lejano que nunca porque en todo este tiempo pasado él habrá sido su sombra.
Como le prometió.

Y ella sólo le ha recordado algo en aquél lejano tiempo de la despedida.
No es ruindad.
Es supervivencia.
Pero él, seguro que ha sido una lapa perenne e invisible.
¡Carallo, qué frío!

El frío y la noche que ya va viniendo la arrinconan aún más ante aquel papel viviente que imanta tu mirada. Solas, sus manos ante aquel coloso que atruena suavemente en su cabeza y que la repone en sí misma, que le dice cuánto es bella y que se alegra por oir su voz y que la ama.

Aquel ser que le daba un confort impreciso que ya no tiene, que la abrigaba cuando la desilusión mareaba a su vida y la ponía a salvo de repente.

¡Ay la vida! Exclama y mira el contorno del papel que oprime la mesa más y más con unas páginas abiertas entre “haikus” que recuerdan a Neruda y que hablan de soledad y añoranza de su cuerpo, y de lejanía.
De esas nubes rojas del atardecer que ahora sabe bién porqué la hacían languidecer

Un dia habrá una cita que quisiera sea para emplazar recuerdos.
Tal vez para poner en orden la memória descuidada y si puede...
Si pudiera aclarar sospechas y arrancarle algo más que un tal vez...

Quizá sus manos son aún como entonces.
Serán como entonces.
Aquel contacto enorme que encendía su alma y que encelaba no sabe bién qué.
Sus manos de alfarero primigenio.
Sus manos que aún la encuentran hermosa.

De alguna manera él la ha visto a hurtadillas y ella pensando en Babia, incluso recrear la propia Babia a su alrededor.

Nadie como él para ser invisible.
Ni una palabra ni un rostro que avise de su presencia.
Ningún rastro y tal vez ha estado guiando su mano como si fuese un abanico de teatro “Noh”, trayendo el aire a sus dedos.

De alguna manera él “sabe” y ella no sabe nada que no deba saber y el la dirá que la corriente siempre conduce la caña al remolino. Él que es una caña firme que se doblega y sujeta ante el río más grande pero que cede en la sequía del espíritu.

Ella remolino.
Que todo cuanto mueve vuelve al mismo sitio.
Y la vida sigue siendo un maldito pleito amargo.

Sigue fumando mientras prepara más infusión.
¿Porqué ahora, porqué hoy?
Se pregunta qué sabe él de ella. Es un golpe bajo.
Pero su alma resiste y no quiere pensar mal.
Aunque..., puede pensar de todo.
Antes del verano tiene que tomar decisiones que van a cambiar su vida. Definitivamente.

La tetera le manda un aviso que la encuentra pensando en pañales y en futuros, y con miedo.
Y con miedo vierte el agua en la taza, y bien teme si la retorta tendrá otra vez aquel sabor..., y lo tiene.
¡Maldita sea mi estampa!

Se asombra porque ése es un lenguaje que ya no usaba nunca y le parece nuevo.
Ahora vuelve el frío y los viejos miedos y las melancolías. ¿Porqué las cosas nunca son fáciles, al menos simples?

Ésa misma llamada en otros tiempos, en cualquier otro tiempo..., antes o después le permitirían -cree- decir: “Nena, marcándo estilo”.
Y seguir adelante. Pero no, precisamente ahora.
Y ella sin saber porqué.

Tal vez él se ha cansado de acariciar una cajita de lata que es naïf, como un amuleto. Una absurda cápsula donde ella escondía el tabaco racionado de cada dia (por el precio y por controlar el vicio), y que una vez quedó en las manos de él y simbolicamente le levantó todas las prohibiciones y la dió su autocontrol.

¡Je! Vaya mierda de simbolismo: Una rubia en biquini pintada en una lata de baratillo que guardaba su único vicio conocido. Ni elaborado a propósito.
La lata está en su poder. El metal que contiene el espíritu es un poderoso talismán. Así ha de ser por siempre, aunque no crea en brujerías.

Cae la noche muy despacio y observa como se oscurece del todo el farallón de arenisca roja al otro lado del río. Sabe que mira al otro lado de sus recuerdos que estan a poniente y sabe que aunque no mire, seguirán estando allí, y no sabe qué hacer.

Vuelve la vista al pecio de la mesa y lee con lágrimas secas y una amargura espantosa en el corazón.
No piensa si acaso hace lo que más le conviene.

Ahora íntimamente está regresando atrás con cada latido. Intentando una distancia inferente, como un cristal interpuesto con agujas, como podrían ser las cosas desde el otro lado de un reloj que girara del revés. Pero se le anuda la garganta mientras quiere decir en voz alta, para oirse: Tonto, tonto, tonto...

Y bebe un sorbo que le despejará el cuello, no la mente, y la mano que tiembla le recuerda algunos sinsabores. La vida siempre es un camino amargo.

Bien, qué más puede pasar si yo no quiero.
Si yo no pido.
Una formalidad será bastante si él sabe que yo no sé.
Tal vez me asustará con algún descubrimiento que ya olvidé.

Sólo importa no tocar sus manos, no caer en el hechizo de su aroma ni notar el calor de su vida. Él sabe que yo no sé, de otro modo él habría llamado al timbre y estaría aquí, ahora, mirando papeles amarillos y pidiéndo disculpas por entrar en mi vida sin permiso.

Y no lo ha hecho.
Como entonces, ha llegado y no pregunta y no le importa nada que exista que no sea yo, ni amores, ni amigos. Ni nada, ni nadie.
Su soberbia es la de siempre.

¿Qué habrá hecho desde entonces, en aquel tiempo de los secretos? Seguirá con los secretos. Cambiaría unos por otros y tendrá una doble vida como siempre.
Y seguirá diciendo con humilde orgullo que el poeta es un finjidor, aparentando el dolor que de veras siente.
Le ha de doler bastante, piensa.

Él dijo que el muro caería, eso fue en el ochenta y cuatro, y le costó mil críticas. Pero el “sabía” y se ocultó y siguió haciendo algo, papeles en alemán y ruso, y reuniones de madrugada, nadie sabe para qué. Bueno, él sí “sabría”. Él siempre sabía muchas cosas.

Renunció a los sobornos, a los cargos, a hablar incluso. Era el precio de la libertad. De la libertad de los otros.
Incluso ella pensó mal que bien, y eso, que también era parte del precio, sin apenas más sospechas, ya fue demasiado y renunció; humano le diría luego él.

Como si él mismo fuera una estatua apenas animada.
¿Porqué?
No se lo diría nunca. Con distancia mayor le dice que es un cretino, pero no sirve.
Nada hace el pasado más dulce ni mejor. C’est ça, la vie!

Pero esto son dudosas suposiciones.
Ella tiene planes hechos.
Cosas que no deben admitir distracción alguna.

Cabe considerar si después de todo nosotros, los de entonces, seguimos siendo los mismos. Ella desea una negativa, pero razón y cabeza le dicen otra cosa, y eso la irrita.
¡El plan, el plan era otro! Se dice.

Antesdeayer tenía una vida sin obstáculos: vivir y quizás envejecer con alguien que sería el padre de un hijo suyo, tal vez dos; algún dia escribir y publicar; y también tener un patio de jazmines donde sentirse segura y situada.

Tan simple y tan burgués que casi es tópico.
Eso era antes de ayer, cuando un bedel le dio una nota que aún no ha contestado.
Un papel doblado entre páginas de agenda en que anotaba cosas ahora menos urgentes.

Un temor doblado, como si tuviera deudas pendientes.
¡Uff, divagas! Vuelve a decirse.
Se levanta, se seca una lágrima escapista y recoge los trozos de corazón sin orden concreto. Los ovarios la avisan mientras toma opciones que mañana cambiará.

Reúne tiempo, piensa en que las sillas son realmente incómodas y repasa con cuidado el borde de la carpeta con el pulgar porque el portafolio es nuevo y se resiste.

Anda sin ver y pone a mano el legajo, luego vuelve a la cocina.

No tiene hambre, pero sigue siendo un sitio complaciente para imaginar si mañana va a llover.

3 comentarios:

Mirna Estrella Pérez dijo...

Me sorprende, Atila.

Princesa dijo...

El tiempo maldita daga...
Dudas.
Incertidumbres.
Pesares.
Lamentos.
Agonias.
Y mil sensaciones mas que me han hecho volar a ser la casi protagonista de tu relato.
Un placer leerte.
Besos infinitos :)

Princesa dijo...

Que ha sido de ud?